Reductio ad absurdum

Era una bella tarde de verano. Las hojas de los árboles se movían en perfecta sincronía con el vaivén del viento. El aire era uno de puridad absoluta, de una fragancia dulce como la miel y de caricias en el cuerpo cuando rosaba la piel. Los colores eran vívidos; era una obra variopinta que estaba en harmonía y paz. No existía la maldad. Era un mundo repleto de rebosantes epítetos donde lo bello era lo único que existía. No era menos que el Jardín del Edén.

Si de algo adolecía este paradisiaco lugar era de suficiencia. Había alimento en demasía, y absolutamente todo lo que se pudiera necesitar se le podría encontrar en abundancia. Los árboles frutales –que también eran numerosos- entonaban a la perfección paisajística con sus bellos contrastes, de modo que fuera imposible pasar por alto sus bellos y castos frutos. Se podía comer de todos ellos; menos del árbol dónde habitaba Serpens.

Un día de muchos, la única habitante femenina de El Jardín –bautizada Eva por su creador- descansó bajo la morada de Serpens. Ella estaba bastante agotada, y se detuvo bajo la copiosa sombra que emitía el árbol. Allí, dejóse caer fatigada para recobrar el aliento, luego de corretear por las inacables arboledas.

Serpens: Buenas tardes. Veo, que has hallado cómoda mi humilde morada. Permíteme presentarme: soy Serpens, a vuestro servicio y al de vuestra familia.

Eva: ¿Eh? ¿Una serpiente parlanchina?

Serpens: Vamos, no seamos tan precipitados para caer en conclusiones erróneas. Verás, soy más que una serpiente parlante. Podría decirse que soy una metaserpiente: soy todo un simbolismo si se quiere, pero esas diligencias las atenderemos luego. Esta, mi casa, es vuestra.

Eva: Agradezco su amabilidad, pero no puedo evitar pensar que usted me es familiar. Recuerdo que el anciano dijo algo sobre no platicar con la…

Serpens: Por favor. El anciano estaba un poco agotado después de tanto trajín. No es fácil crear un universo en tan solo seis días. Dadle un poco de crédito. Además, no estamos en muy buenos términos. Creo que está un poco celoso.

Eva: ¿Celoso? ¿Qué es eso?

Serpens: Cierto. Todavía no habéis probado de mis manzanas. Iré al punto. El viejo está un poco celoso porque perdió una apuesta, y por ende, heme acá. Le he retado a un juego de ajedrez –el cuál, para serte franco, no se ha inventado aún, al menos no en este universo. La apuesta consistía en dejarme intentar (en el caso de que ganara la partida) convenceros a vosotros de probar una de mis exquisitas manzanas acarameladas. Por eso, soy un emprendedor, si se quiere: he abierto el primer negocio de la historia. Soy un mercader, y acá mis productos. Creo que luego seré toda una corporación, pero tristemente, esto tampoco existe todavía. Me basta por ahora con mi espíritu emprendedor.

Eva: No comprendo. ¿Por qué habría de querer tus manzanas, estando yo rodeada de casi infinitos manjares, los cuales están a solo un brazo de distancia? Además, recuerdo que el anciano dijo que no debíamos comer de las manzanas que tú vendes, ahora que lo recuerdo.

Serpens: Es natural. Bastante tuvo con perder la apuesta. Pero dejemos la habladuría del viejo por un instante. Normalmente pediría algo a cambio –como bien verás luego, las cosas no son gratis- pero en este caso quiero daros una muestra a vos y a vuestro marido, mi dulce señora. Simplemente tomad la que os plazca.

Eva: Me da terror desobedecer al viejo. Se escuchaba bastante serio cuando enfatizó la orden de no comer de tus frutos.

Serpens: Ah, veo que eres inquisidora. Bien, no tendré secretos para contigo y seré lo más franco. Verás, la decisión de tomar la manzana y comerla no es para ti; ya esta decisión fue tomada. Tú, estás debajo de este árbol simplemente porque tarde o temprano tendríamos esta plática, y porque innegablemente comerás de mi fruto. Eres bastante curiosa. Creo que tu siguiente pregunta será al respecto de lo que podrías ganar comiéndola. La que ahora perturba tu mente, a juzgar por tu mirada de terror, es que no sabes cómo puedo yo también predecir el futuro. A eso volveré luego, por ahora explicaré los beneficios de mi producto.

Diciendo estas palabras, la serpiente subió y tomó la más alta y grande de las manzanas; era un fruto bello, brillante, y cubierto por una densa capa de un caramelo café. Era tan llamativa que Eva no pudo evitar verla y desearla. 

Serpens: Mira, esta la he crecido especialmente para ti. Ahora bien, los beneficios: si comes de ella tendrás el don del conocimiento.

Eva: ¿Conocimieno?

Serpens: Oh por Dios, ¡pobre creatura embobada y automatizada! ¿El viejo ni siquiera os explicó qué es el conocimiento? Esto será más tequioso de lo que pensé. Ni modo. El conocimiento es el cúmulo de cosas que se producen del acto racional de homo sapiens, es decir, , mi querida especimen. El viejo no quiere que la tengáis, porque en su arrogancia, no quiere que seáis como él o como yo. Verás, yo en realidad represento todo lo que tu especie querrá ser o alcanzar. Así como soy demonio, soy ángel; como soy animal soy hombre; como soy filósofo, soy charlatán; como soy dios, soy mortal; en fin, un abanico de pluralidad inacabable que engloba todo lo que es y será la raza de los hombres. Eso me trae al siguiente corolario.

Bajó un poco más cerca de Eva y se puso cómoda. Eva, se acercó y dobló sus piernas para escuchar, con cierto aire de respeto, la conversación. Tomó aire y prosiguió.

Serpens: El anciano quiere que comáis de mi manzana o si no, no existe el anciano. ¿Por qué, de otra forma, habría permitido que esté yo acá con mis productos? A pesar que la razón última fue que perdió la apuesta, hay otras razones de importancia. Vamos… él es “omnipotente” y “omnisapiente”. El sabía que esto iba a pasar, pero no le agrada. Es un poco contradictorio querida.

Eva: ¿Y si él es el creador, qué te convierte a tí?

Serpens: ¡Excelente pregunta! Yo soy una inconsistencia del sistema. En realidad, una contradicción. Verás pequeña: si vemos el Universo como un sistema formal (Universo con mayúscula siendo el universo en el que nos encontramos en este momento), este debe ser regido por un conjunto básico de axiomas y teoremas. Como por el momento estás embobada, lo pondré más claro: el Universo tiene que tener ciertas reglas para ser lo que es, sino, sería el caótico y no existiría. Por ejemplo: existe la gravedad, que es la fuerza que os mantiene pegados al suelo. Eso es una ley, un axioma; una de las muchas a las que ni siquiera el anciano puede escapar. Dentro de este sistema hay dos preceptos que se contradicen, y ergo, por eso estoy acá charlando contigo.

Eva: Entiendo, voy viendo el punto. Pero ¿cuáles son esos principios exactamente?

Serpens: Eres un niña lista. ¡No dejes que te digan lo contrario! Lastimosamente pasarás muchos miles de años siendo etiquetada como una “cosa” subordinada al hombre. Yo que tú, le tendría cierto recelo al viejo por permitirlo. En fin, ¡volvamos al punto! Se te ha dicho que tienes libre albedrío. ¿Entiendes? Bien, me alegro que lo comprendas. Este es un axioma del sistema. Por otro lado, es un axioma que el anciano lo sabe todo; pasado, presente y futuro. Esto es lógico dado que en un sistema formal todo es posible deducirlo por medio de teoremas. Pero he ahí el dilema: si lo sabe todo, las decisiones ya han sido tomadas. Es una contradicción. Pero tú no lo sabes todavía porque no has comido de mi fruto –aún. De esa contradicción, es que yo, Serpens, soy una metaserpiente. Soy, si se quiere, ajena al sistema, pero la contradicción del mismo me permite inmiscuirme en él porque yo la conozco y la entiendo. Aprovecho la visita pues, para liberaros a vos y a vuestro esposo; es mi deber. En todo caso, también estaba yo atada a la voluntad del

Eva: Me has convencido, comeré del fruto.

Serpens: No existe tal cosa, querida, pero lo comprenderás ahora. Yo no te puedo convencer de nada. Has venido a cumplir el deber que era tuyo, a seguir las leyes y axiomas, y a demostrarle al viejo que el sistema es inestable porque tiene autoreferencia: es inconsistente e incompleto. Kurt Gödel lo pondrá mejor que yo muchos años luego.

Eva tomó el fruto. La serpiente sonrío. Ella lo acercó lentamente y empezó a comerlo lentamente. Serpens bajó entre un agujero en las raíces del árbol, yéndose de nuevo al metauniverso de dónde había venido. Ahora, el conocimiento existía, y el Edén se autodestruyó porque no podía existir más en la cabeza de Eva. Luego de darle de comer a su marido, sonrío. Ella conoció que estaba desnuda.

Un comentario en “Reductio ad absurdum

Deja un comentario